Una exposición de trenes de juguete es una juguetería para mayores que
no se paga con nada. Qué envidia no poder llevarse a casa unos kilómetros de
vía férrea, reducidos a la escala de unos pocos metros, los que da de sí
nuestro pasillo y la vuelta por la sala y despacho hasta empalmar de nuevo con
la puerta del comedor. Desde mi balcón puedo contemplar a un vecino más
afortunado que posee uno de esos trenes en miniatura y se siente jefe de
tráfico y ordena las maniobras y luces de señales y el rodar suavísimo sobre
los rieles rielados de reflejos eléctricos, ya que no lunarios.
Ahora los coleccionistas se sienten inquietos e impacientes y su
corazón no descansará hasta poseer un Talgo de juguete. Mientras las hora de
que el maravilloso y liviano vehículo , gusano o ciempiés alumínico de tamaño
gigante, agujeree los túneles del Guadarrama o enhebre el desfiladero de
Pancorbo, llevándonos en muelle y velocísima suspensión, nos contentaríamos con
un talguito liliputiense para acariciar sus curvas aerodinámicas y tumbarnos en
el suelo como Gulliver al examinar la carroza de la reina.
Uno no puede evitar cierta deformación profesional de ingeniero
descuartizador, y a veces inventor de palabras. Y esa vocación le lleva a uno a
felicitar a Alejandro Goicoechea no sólo por la invención del tren, sino por la
felicidad de su bautizo idiomático con el nombre tan sonoro, significativo y
español de "Talgo". Gracias a ese nombre puede recordarse en seguida
que "Talgo" es el de Alejandro Goicoechea, con lo cual se satisface
sin vanidad el derecho y casi el deber de perpetuar en los hijos la sangre de
nuestros nombres. Generalmente estas palabras acrósticas, anagramáticas o
artificiales suelen dar unos resultados horrendos, repelentes cadáveres de
seudopalabras, que hieren doblemente el oído por su delito contra la eufonía y
contra el genio tradicional de la lengua.
Pero con el "Talgo", una verdadera palabra, bella, esbelta y
graciosa, se incorpora a nuestro acervo milenario. Porque "Talgo"
suena quijotescamente a "hidalgo" y consuena también con "galgo",
lo que es muy importante para el alígero destino y para la configuración buída
del nuevo móvil. Magnífica palabra castellana, digna de ser castiza y realizada
milagrosamente con cinco iniciales sin trampa ni cartón. Ya tienen los poetas
otro consonante en "algo", que ya es algo, mucho para sus devaneos y
torturas pesquisidoras. Quién sabe si con la nueva palabra se evitará otra
pérdida o retraso de vocación como la de cierto poeta que, cuando tenía trece
años y estudiaba Preceptiva Literaria,, se creyó en el ilusionado deber de
rimar. Pensó, claro, que tenía que ser un soneto, que ese soneto necesariamente
cantaría a Don Quijote y que el primer verso no podía ser otro que el siguiente
endecasílabo "Soy Don Quijote, el Ingenioso Hidalgo". Pero, ay
fracasó al llegar a la cuarta solución. No hubo medio de encajar decorosamente
la única palabra en "algo" que le quedaba disponible. Y renunció, él
creía que para siempre, a la juglaría, convencido de que había nacido para
cualquier cosa que no fuera jugar con las palabras en busca de musicales
emociones. Fué un siempre que duró seis años y tuvieron que pasar cosas
tremendas para que volviera, temeroso, a intentar la aventura. Y todo por no
haberse inventado todavía el "Talgo".
Diario ABC. 22/06/1949.